mercredi 21 février 2024

ALTOS TECHOS DE ASBESTO. Abel Germán. (Ed. Primigenios)

Levanto la cabeza y miro a lo alto, buscando una cubierta de amianto, y me topo con un techo altísimo de ese material, hoy en desuso. Sostenía el techo dos columnas envueltas en poesía. Y fui dando vuelta a las columnas, y fui subiendo, y subiendo hasta llegar al alto techo poético que nos regala Abel Germán y que publica la editorial miamense Primigenios. Primero leí Desde lo alto de la roca de Lèucade. Esa primera parte la leí de un tirón, y me energizó. La poesía es hermosamente brutal, toca, golpea sin agredir, abre los ojos a un muerto. Al siguiente día leí la segunda parte, Altos techos de asbesto. Todos los poemas marcan al lector. Es asomarse a un mundo que conocemos y por el que pasamos sin darle la relevancia poética a la que su autor nos acerca. Poco más podría decir, pero sería mejor, y los invito, a que se sumerjan en el prólogo de José Hugo Fernández, que es encomiable (Mágico pontón sobre el vacío). 

https://www.amazon.fr/Altos-techos-asbesto-Abel-German/dp/B0CQR7GW1M/ref=sr_1_6?__mk_fr_FR=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&crid=1JZTIPC0BCHT6&keywords=abel+german&qid=1704994930&s=books&sprefix=abel+german%2Cstripbooks%2C88&sr=1-6

Y los invito también, a leer el artículo homónimo de Odalys Interián, aparecido en la revista de poesía y letras, Lyrics & Poetry.

https://lyricsandpoetrymagazine.blogspot.com/2024/02/altos-techos-de-asbesto-de-abel-german.html?spref=fb&fbclid=IwAR3y0EJQZqQ2JApuskK4rpxQ7JkwyqTSnCiCtiNwkQitsX0YccdmbXkYA4k

lundi 6 novembre 2023

Tres cuadernos, un poemario: Vidrio en las pupilas

El pasado mes de abril, vio la luz Vidrio en las pupilas, un poemario agrupando tres cuadernos, tres momentos diferentes, tres razones para amar, no olvidar y seguir viviendo. Vidriosos, apresurados y sueltos, los poemas dilataron mis pupilas miopes durante noches cortas y largos días, envuelto en una nube de pasiones, el corazón abrumado queriendo descorrer el celaje que aprisionaba todos los recuerdos en el fondo de una vasija de plomo. Lo dediqué a mi madre, ausente en su centenario. Sigue en los estantes de Amazon, luciendo en la portada un aguafuerte de Muriel Moreau. A manera de prólogo, una reseña escrita por José Hugo Fernández.  

L'Éveil Industriel : Une Réflexion Monochrome (à propos d'une cafetière)

 Este es el texto escrito en alusión a una cafetera, símbolo de la vida cotidiana, y majestuosamente incorporada al arte por el pintor santaclareño Ramón Ramirez (Rami).


L'Éveil Industriel : Une Réflexion Monochrome

 

            Au sein de la galerie d'exposition, un dessin en noir et blanc se démarque par sa simplicité saisissante : une cafetière. Pourtant, cette œuvre ne se limite pas à une représentation ordinaire. Elle invite le spectateur à une méditation profonde sur l'évolution de l'ère industrielle, capturant l'essence d'une époque marquée par l'innovation, la mécanisation et les bouleversements sociaux.

 

            L'image de la cafetière, familière et intime, se présente comme un symbole de la vie quotidienne. Cependant, sous la surface de cette simplicité, des éléments plus complexes se révèlent. Le tracé minutieux des lignes et des ombres évoque la métamorphose de la société à travers le prisme de l'industrialisation. Chaque contour est une narration silencieuse de la transition d'une époque agraire à une ère mécanisée.

 

            Le contraste entre le noir et le blanc, omniprésent dans cette œuvre, transcende les simples nuances esthétiques. Il incarne la dualité fondamentale de l'industrialisation : la lumière de la connaissance et du progrès, mais aussi l'ombre des conséquences inattendues. La cafetière, représentant la technologie domestique, devient ainsi le témoin muet de cette dichotomie.

 

            Le dessin évoque également la question de la relation entre l'homme et la machine. Les détails minutieux de la cafetière, exécutés avec précision, invitent à considérer les interactions complexes entre l'humain et la mécanique. Cette représentation suggère une introspection sur la manière dont l'industrialisation a façonné nos vies, changeant nos routines et nos perspectives.

 

            En contemplant cette œuvre, nous sommes invités à nous demander comment l'industrialisation a évolué au fil du temps. Cette cafetière figée dans l'encre capture non seulement une époque révolue, mais aussi une réflexion intemporelle sur la manière dont le progrès technologique influence notre perception du monde.

 

            En somme, ce dessin en noir et blanc, nous rappelle que même les objets les plus communs peuvent révéler des couches complexes de signification et d'interprétation. En nous invitant à contempler la cafetière, l'artiste nous pousse à réfléchir sur notre propre évolution au sein de cette ère en perpétuelle mutation.

 

© cAc-2023


Ramón Ramirez, Santa Clara 1973 en PODADA Le QU4TRE d’Argenteuil

Me cogieron la delantera, y descubrieron que el artista no es otro que Ramón Ramírez, amigo nuestro, y a quien conozco desde sus años mozos, cuando Santa Clara bullía de artistas y creadores en todas las artes. Los años pasaron, y Rami, como afectuosamente lo conocen muchos, se erigió en talentoso artista, envuelto en una sin par, sensibilidad artística. No soy un gran coleccionador de arte, pero colecciono obras cuando ellas me acompañan en el cotidiano hogareño. Las pinturas y dibujos de Ramón, comenzaron a ocupar sitio en mi casa. Fue así como nuestra amiga Bernadette, descubrió en un primer momento, la obra de Ramón, y nos propuso, si él aceptaba, de presentarlo a los organizadores de Qu4tre Portes, para el evento del 2020. Los organizadores dieron el visto bueno y al regreso de Cuba en abril del 2020, debía traer conmigo, la cantidad acordada, seis obras. La huida brusca que provocó el inicio de la pandemia, no nos permitió llevarnos los trabajos de Rami. La pandemia impidió el evento de ese año, y tampoco hubo la posibilidad de exponer en los eventos del 2021 y del 2022. Felizmente las obras cruzaron el Atlántico a inicios de este 2023, listas para ocupar un sitio en Le Qu4tre. Los dibujos fueron expuestos en Gare de Oriente, compartiendo espacio con el pintor sirio Samer Tarabichi. Dos días de evento, fecundos, con un público conocedor y exigente. Las obras de Ramón llamaron profundamente la atención, y los organizadores mostraron un interés particular. Ramón no estaba presente, pero su maestría y talento hablaron por él, y nosotros, nos regocijamos que así fuera. Los organizadores, fascinados por las cafeteras me pidieron escribiera un texto alusivo para situarlo en la puerta de entrada de la Gare de Oriente, el fastuoso loft del pintor sirio. No sé si es un texto excelente, pero fue acogido con simpatía en un medio artístico exigente. ©cAc-2023








Todas las obras están protegidas por derechos de autor. ©ramirezramon.

jeudi 20 juillet 2023

Abel y Andrés, la sangre hecha savia


Ochenta y nueve poemas reunidos en un libro, dos cuadernos, El eco busca su grito, y El horizonte no es un lugar, el primero de Andrés, el segundo de Abel, ambos con un apellido cuyos “díaz” amanecen envueltos en la escritura, y que han hecho de su “castro” el refugio fortificado para echar a volar letras como vuela un enjambre de abejas. La sangre hecha savia, corriendo por las venas de un árbol con solo dos ramas, eco y horizonte reunidos en un libro.

GALOPES COMPARTIDOS. Andrés E. Díaz Castro (1948) & Abel Germán Díaz Castro (1951) © Abra Canarias Cultural. Colección Pangea. Mayo 2023.

El libro, regalo de mis dos amigos y coterráneos, me acaba de llegar (ayer, miércoles 19 de julio), y yo acabo de leerlo (hoy jueves 20 de julio), se bebe (o se lee) con una intensidad que permite mirarnos adentro, mirar ese yo profundo que aparece cuando se lee poesía que enaltece. Lo recomiendo. Amazon lo tiene en sus tiendas. Enhorabuena.

 




mercredi 19 juillet 2023

A veces la poesía…


¿A qué puede llevar la poesía? en muchos casos al hastío, a menudo al fastidio, frecuentemente a esconderme en un rincón oscuro y pensar en ella, en la poesía… muy a menudo la encuentro sola esperándome, los versos lagrimeando de una “o” mal cerrada; en la mayoría de los casos, corro a buscar un pañuelo engomado para secar las eses zigzagueando al final de una estrofa; lo más a menudo posible no comprendo su mutismo, detenida ella en la mitad de una hoja violentada por un lápiz de grafito grueso; y con la mayor frecuencia posible, intento dejarla sola para que reflexione y se dé cuenta, que a veces ella, la poesía, como a tantos otros poetas, mucho antes que a mí, “souvent elle m’emmerde”. ©cAc-2023

Concierto, lectura, poesía todo terreno, en este mes de julio, amarillo caluroso, púrpura como la higuera sin hojas bajo la cual puede uno hastiarse, fastidiarse, y hasta quizás “s’emmerder” haciendo un paralelismo con eso que pasa en el seis de la rue Figuière, una callejuela del empedrado Aviñón donde tiene su sede Le figuier pourpre…

Souvent la poésie m’emmerde: concert, lecture, poésie tout terrain, du 7 au 29 juillet à 18h08, pas les mardis, à la Maison de la poésie d’Avignon. LE FIGUIER POURPRE, 6 rue Figuière.


jeudi 13 avril 2023

Vidrio en las pupilas este 13 de abril. (Ceace 2023)

Este año 2023, en el mes de agosto, se cumplirán cien años de una ausencia en el corazón de Santa Clara, aquella que fuera la Parroquial Mayor, demolida y hecha polvo para en su lugar nacer la nada. Cuatro meses antes de la desaparición del edificio que pudo ser la más rica joya del patrimonio urbano de la ciudad de Marta, en una casa de cuartos corridos, como casi todas las viejas casas de la calle Colón, una comadrona asistía a Mercedes Oliva que traía al mundo a su octavo vástago. Nombraron Ana Olga a la recién nacida, que hoy 13 de abril, si viviera, celebraría su centenario. A Olga, Ana Olga, mi madre, nuestra madre, ausente en la calle Candelaria, dedico Vidrio en las pupilas, que vidrioso, suelto y apresurado, nace en este mes de abril, para marcar ochenta y cuatro años de vida frágil y tierna, y dieciséis de ausencia cual vacío, como el que dejó la parroquial en los pilongos, vacío infinito inalcanzable que dejó nuestra madre a sus hijos, y que hoy la recordamos mientras el vidrio se escapa de las pupilas, con la soltura de un ave que vuela de prisa, como la vida antes de detenerse. © cAc-2023

Vidrio en las pupilas este 13 de abril. (Ceace 2023)





Este año 2023, en el mes de agosto, se cumplirán cien años de una ausencia en el corazón de Santa Clara, aquella que fuera la Parroquial Mayor, demolida y hecha polvo para en su lugar nacer la nada. Cuatro meses antes de la desaparición del edificio que pudo ser la más rica joya del patrimonio urbano de la ciudad de Marta, en una casa de cuartos corridos, como casi todas las viejas casas de la calle Colón, una comadrona asistía a Mercedes Oliva que traía al mundo a su octavo vástago. Nombraron Ana Olga a la recién nacida, que hoy 13 de abril, si viviera, celebraría su centenario. A Olga, Ana Olga, mi madre, nuestra madre, ausente en la calle Candelaria, dedico Vidrio en las pupilas, que vidrioso, suelto y apresurado, nace en este mes de abril, para marcar ochenta y cuatro años de vida frágil y tierna, y dieciséis de ausencia cual vacío, como el que dejó la parroquial en los pilongos, vacío infinito inalcanzable que dejó nuestra madre a sus hijos, y que hoy la recordamos mientras el vidrio se escapa de las pupilas, con la soltura de un ave que vuela de prisa, como la vida antes de detenerse. © cAc-2023

mardi 4 avril 2023

A propósito de La Magia en el detalle (José Hugo Fernández, Miami, Marzo 2023.

 


Durante mis regresos a partir del 2007, a esa calle a doble odónimo que recuerda a una figura relevante de la enseñanza santaclareña, la Maestra Nicolasa, y que la oralidad popular sigue llamando Candelaria, calle donde se sitúa la casa que fuera la penúltima morada de mis padres, fui escribiendo y dejando por descuido, por olvido premeditado, y por aquello de recuperarlos en algún otro regreso, poemas teñidos de amor y trenzados con el recuerdo que dejan los estrechos lazos paternales, familiares, entre vecinos, la cadencia de un sillón al mecerse, la caída de una hoja, el quejido de una rama fracturada, el repiqueteo dominical  de una campana… reunidos los poemas en un cuaderno, pedí al escritor y periodista José Hugo Fernández de escribir una reseña para prologar un libro en gestación (Vidrio en las pupilas), y José Hugo, escribió, tal como dice un gran amigo mío, “un bellísimo texto-prólogo” titulado “La Magia en el detalle”, que me permito publicar en este blog, y compartirlo en el muro feisbusiano. Gracias José Hugo, por el tiempo oro que le dedicaste a leer el cuaderno, y por tu capacidad infinita de valorizar el trabajo de otros, el mío, en este caso. Gracias.

La Magia en el detalle. José Hugo Fernández.

Nabokov advertía a sus discípulos sobre la importancia de saborear los detalles como procedimiento para adentrarse en la doble lectura de un libro. Es posible que a la hora de configurar su último poemario, Vidrio en las pupilas, Carlos Alberto Casanova no haya contemplado la doble lectura como finalidad, o como trama lúdica, pero lo cierto es que el uso recurrente del detalle le otorga un vigor decisivo. Si este libro no demanda una doble lectura, tal vez sea porque sus fondos (y trasfondos) se iluminan totalmente a través de los pormenores que va destilando la memoria del poeta.

La fractura familiar, el desarraigo, la muerte, el adiós sin regreso a los lugares y seres entrañables, la angustia por todo lo perdido, encuentran aquí su más diáfana expresión mediante un labrado poético cuasi minimalista, donde el impacto revelador que por lo general producen las figuras retóricas, es asignado al detalle, sucinto y llano, pero cuya ordenación potencia al máximo el efecto sugestivo.

Resulta en verdad digna de elogio la efectividad con que Casanova recompone los asideros nostálgicos en Vidrio en las pupilas, ensamblando evocaciones, percepciones, emociones, y dejando huellas -tanto nominales como atmosféricas- en versos de envidiable tersura y con un estilo que se impone por su esencialidad, gracias al tino con que ha seleccionado y ordenado los detalles como derroteros.

La blancura nacarada que cubre la cabeza de su padre, o el hecho de que éste vuelva a ser niño cuando olvida que es jueves; los árboles de su niñez condenados a achicar el ingenio de las sombras; pregones callejeros en algún pueblo cubano de provincia antes de la glaciación color olivo… Son detalles que, entre tantos, anegan gota a gota la nostalgia del poeta, otorgando un perfil bien peculiar a lo que (a falta de otra denominación más ajustada) podríamos llamar su narrativa lírica.

Hay un despojamiento de artificios lingüísticos a favor de la exposición de lo que pasó, tal como pasa hoy por la recurrente nostalgia del autor, actuando con resortes parecidos a los de la imagen fotográfica, que devuelve las cosas que ya no existen, pero las devuelve como fueron o como se recuerda que fueron, buscando aproximarse a la vivencia real mediante la recreación de leves trazos. 

Si lo peor de aquello que estuvimos a punto de olvidar son las mañosas emboscadas del recuerdo, en Vidrio en las pupilas el poeta podría darse por satisfecho al iluminar sus versos con las peores pretericiones. 

Alguien, algún buen mago sin duda, habría dicho que no hay magia en la magia sino que todo está en los detalles. Quizás pueda aplicarse en este caso, asumidas las equivalencias esenciales entre magia y poesía.

Miami, marzo de 2023.


mardi 21 février 2023

Tombouctou-Mogador-Essaouira

Tombouctou-Mogador-Essaouira

La víspera del viaje a Essaouira dormimos sin sobresaltos y complacidos porque el calor no fue exagerado. Essaouira o Mogador, ¿A dónde nos llevaban nuestros pies peregrinos? No importaba, andando Marruecos, uno no puede saltarse este misterioso puerto que fue también Tombouctou.

            -Ya queda menos- comentamos al despertarnos, todavía soñolientos, mientras escuchábamos el llamado matinal de una mezquita cercana. Y en realidad se nos achicaba el tiempo y nos acercábamos a ese corredor de la dinastía de los Alauitas, frontera de dos tribus: los chiadma al norte, de lengua árabe, y al sur los haha de lengua berebere, ricos, además de la influencia de los gnaoua, descendientes de los antiguos esclavos negros y otras etnias llegadas de otros puntos de África.

            A medio camino de la estación tomamos, en el Café Oujana, un desayuno completo para mí y un té negro para Alix. En la consigna de CTM despachamos los equipajes -obligatorio en esta compañía- y como acostumbro, no me acomodé en el autocar hasta que no me cercioré que los equipajes estaban bien situados en el maletero.

            Un par de policías, en la acera, escrutaban los movimientos de todo el mundo. Arrancamos a las ocho en punto. Entre Agadir y Essaouira la costa es de una belleza extraordinaria, se confunde el mar con el desierto y el desierto con la aparición del atlas, arenoso, rocoso, escarpado, imponente. Sobre el mar una bruma eterna y sobre la tierra un vapor caliente que envuelve la desolación del territorio pródigo en reflejos bronceados.

            Dijimos adiós al pasar por Taghazouk, y fuimos ganando tierra sin dejar de ver el color plateado del mar abrazando la arena. Dos pueblos dormidos, dos oueds florecidos, poquísima vegetación fuera de ellos, y con frecuencia plantaciones de argania, árboles secos y polvorientos, pastores viejos y pastores niños, cuidando sus rebaños, solitarios, en medio de los campos, como otros hombres y otras mujeres, caminando hacia ningún lugar, ellos conocen, me dije yo mirando el paisaje.

            Chivos, burros, jamás un pájaro cruzando el cielo limpio, impecable. En el camino a Mogador nos saludaban los árboles de argania, impresionantes, diminutos, y cuando verdeaban sus cogollos, dejaban ver encaramados en sus ramas, racimos de chivitos felices jugando a malabaristas hambrientos.

            Llegamos a Essaouira pasadas las diez de la mañana mientras se elevaba el sol y desaparecía la bruma; franqueamos las dos puertas de la estación y tomamos un taxi hasta el puerto, una explanada grande y aireada entre la costa rocosa, la medina y los altos muros de la vieja Mogador. Descendimos en la puerta de la Marina, edificada en 1806 para comunicar la ciudad y el puerto. Esta puerta, construida por un renegado inglés, sorprende por sus dos columnas y su frontón triangular de estilo clásico.

            Entre indecisiones y cavilaciones, entramos en la medina para recorrer el eje central, en busca de una posada tranquila y de golpe, en un recodo ancho tipo plazoleta, doblamos a la derecha. Un cartel amarillo con una flecha que fue negra, anunciaba Hotel Residencia Al Arboussas. Nos miramos y no vacilamos, entramos, preguntamos si tenían habitación, el precio, miramos la que nos ofrecían en el tercer piso y babeados por el encanto de aquel pequeño hotel, nos quedamos. Ventanas de un azul cielo dando al pasillo exterior con patios llenos de ropas tendidas. Una habitación que nos sacaba un poco de las tribulaciones marroquíes y nos hacía actores en el tiempo de lo fue Mogador en sus días de gloria.

            Salimos a deambular por la Essaouira real de hoy, con su medina azul y blanca, sus viejas puertas ornadas con relieves y pintadas de amarillo. Las callejuelas dislocadas, el puerto consagrado a la pesca oliendo a mar y a pescado, mar abatido y pescados frescos, mar revuelto y pescados malolientes, pescadores y vendedoras gritando a la llegada de los barcos, las islas Púrpuras en lontananza acariciadas por el océano, la avenida bordeando la playa extensa como la bahía en bolsa, con sus hoteles estrellados, el soco con sus diversos mercados, el olor a especias, a frutas y a resina de thuya acariciando las mujeres envueltas en sus velos acariciando los amplios djellabas de los comerciantes

            Una visita más que interesante fue la que hicimos al viejo cementerio al borde del mar, protegido por un alto muro contra el que se desbaratan las olas que osan aventurarse a entrar en la apacible morada de quienes conocieron el nacimiento de la villa, donde conviven los difuntos del Mogador tolerante y civilizado. Aunque en parcelas diferentes, bajo un único cielo cruzado de gaviotas gritonas, descansan judíos, católicos y musulmanes. Apellidos portugueses, lores ingleses, cónsules alemanes, isleños de Córcega, italianos aventureros y colonizadores españoles, unos cerca de los otros, descansando para siempre en tierras africanas de conquistas y expoliaciones.

            De lejos venía un toque de campanas que seguimos para guiarnos. Así descubrimos la única iglesia de Marruecos cuyas campanas tocan a repique cada domingo para anunciar la misa de diez de la mañana, toque que enorgullece a Essaouira como ciudad de larga tradición de tolerancia, cuyos vecinos judíos, musulmanes y cristianos vivieron durante siglos en estrecha armonía.

            A cada salida, el soco nos ofrecía un mundo de mercaderías que mirábamos y mirábamos buscando la utilidad, el sitio donde guardarlas, el recuerdo del viaje a la otrora villa colonial. La cantidad de objetos hechos con el árbol y la resina de thuya es innumerable y de una imaginación increíble. Babuchas para el verano, un extraordinario maletín de viaje en cuero de camello, una coloreada manta a rayas, una lámpara y apliques trabajados con la resina de thuya, todo nos hacía soñar para dejar Essaouira en la memoria.

            Puertas llenas de fantasía morisca, pintadas, conservadas o en un estado deplorable; puertas, algunas todavía dejándonos ver en relieve la estrella de David, símbolo del mosaico que fue este puerto en el pasado; callejuelas sombreadas, casas desvencijadas, morada de pobres y campesinos abandonados a su miseria, ojos invisibles que miran detrás de las ventanas, humedad perenne, gatos altos, flacos, insolentes, amistosos, pacientes, a la espera de clientes en las puertas de las tiendas, hombres ciegos, viejos enfermos, cuernos de gacela frescos y apetitosos, joyería fantasiosa infinita, mantas, lanas, jabones y aceite de argan, lámparas coloridas, babuchas, pañuelos, terrazas, perros huidizos, perros aperreados, maltratados, como muchos hombres, mendigos, todo mezclado bajo el signo lejano de Mogador.

            Un poco menos sucia que otras ciudades marroquíes, Essaouira tiene un servicio diario de recogida de basura que la distingue y la ayuda a respirar su convivencia con el mar, siempre el mar y las rocas y las gaviotas revoloteando encima de los anaqueles de pescados. Famosa por sus relaciones comerciales, Mogador estaba llena de representaciones, hoy, esos antiguos consulados en ruinas, como la Sinagoga, como la iglesia portuguesa, como muchísimos inmuebles, intentan levantarse de entre sus destruidas paredes o mueren completamente ante la mirada silenciosa de los vecinos.

            Las mareas, en perfecta oposición a las mareas de otros mares nos revelan que nada es perfecto, nada es igual a lo que estamos acostumbrados a ver, el mar ocre azul gris ocre, carmelita por la arena oscura de su fondo, pescadores y pescadoras, surfistas ingleses, bañistas franceses, brisa y sol en perfecta armonía. Terror policial. En civil y en uniforme, en todas las esquinas, en parejas de dos, un militar y un gendarme. Barrios inseguros a la caída de la tarde. Ojos detrás de las puertas entreabiertas, detrás de las ventanas a medio abrir.

            Una mañana paseamos por toda la orilla de la playa, desde donde comienza la bolsa arenosa llena de bañistas hasta las dunas, hasta donde se pierde la vista, seguidos por un perro pequeño, sano, de pelambre lanada color champán y otro perro flaco y sarnoso, apenas sin pelos, escuálido y de mirada triste. De regreso de las dunas, los perros nos siguieron, incluso cuando dejamos la orilla del mar, atravesamos la avenida que la serpentea y nos perdimos del otro lado, en las calles aledañas a la medina. Babalu ayé y Eleguá en nuestro camino, admitimos al perder de vista a los dos canes interpelados por otros perros en su andar bohemio por las calles diseñadas.

            Papas fritas y bebidas frescas, papas fritas y agua mineral con gas. Siempre leemos las cartas de menú de los cafés y restaurantes y nos aterrorizamos por la vaga idea de enfermarnos. Optamos por mercadear en los socos y comprar a gusto, panes acabados de salir del horno y aceitunas verdes negras con picantes con ajíes en aceite o con hierbas, aguacates carnosos y tomates, frutas secas y frutas frescas. El estómago debilitado con los olores fuertes de las gargote de pescado, del mar omnipresente descomponiéndose en filigranas acuosas, de todo, del aire húmedo que respiramos y del cielo reverberante que miramos, o del tufillo a lana de las mantas con los colores del crepúsculo en violeta degradación.

            Pero tampoco hay que convertirse en paranoicos y hay que olvidar esos otros malos momentos en que comimos lo que no debimos comer. Animados y hambrientos, nos sentamos a cenar en un restaurante que en dos ocasiones habíamos visto en el deambular por la callejuelas intrincadas de Mogador. El Ramsés, situado en un recoveco de la medina, en lo que fue la calle de la bolsa, ambiente familiar y respirando confianza, hizo que nos deleitáramos comiendo el tayín con congrio y cebollas caramelizadas y pasas, el congrio, un pescado anguilucho que no conocía y con una exquisita tagine de pollo con limón confitado. Excelente cocina marroquí en la noche de Essaouira. Las cervezas, raras en tierras alauitas, las bebimos sedientos como beduinos en un oasis. Una sopa mediterránea a base de sémola y aceite de oliva y ajos y las siete ensaladas marroquíes para terminar aquella noche dedicada a Baco, a la luz de velas de llamas tintineantes y acomodados entre cojines y muebles tradicionales del reino. Una delicia que terminó con crepas especiales en honor a Cleopatra y Ramsés.

            No podíamos dejar Essaouira sin aplaudir las crepas con miel propias del desayuno marroquí que probamos antes de hacer una excursión en los alrededores de la vieja ciudad portuaria. Atravesamos la medina por la calle del Istaqal, franqueamos la puerta Bâb Doukkala, contorneamos las calesas aparcadas al lado del cementerio, y fuimos a la estación de buses. Allí tomamos un bus, sucio y polvoriento, que no tenía prisa en salir y sí mucho desespero en llenarse hasta el techo, cosa que nunca lograron los intrépidos empleados del transporte.

            Had Draâ es un pintoresco y ancestral mercado de domingo que fue como regresar en el tiempo al Medioevo. Algunas viejas enfermas y mendigas invisibles dentro de sus vaporosas ropas, merodeaban por el mercado, pero ni una sola mujer joven en aquel vasto mercado donde Alix era como un bicho raro a la que miraban los hombres con recelo.

            Mercado de trueque y dinero, de costumbres viejas como la mayor parte de sus vendedores y comerciantes. Bajo un sol asesino, nos paseamos por todo el mercado, entre las tiendas de lona atestadas de hombres, afuera las marmitas de piedras encendidas calentando grandes teteras, mercado de todo y de nada, de lo insólito, de bidones vacíos, de camellos, de ovejas, de telas, gallinas, tapices, garbanzos, pescados malolientes, hierbas, viejas monedas, porrones en barro, y de todo; pero lo más espeluznante, el matadero, con sus rituales de sacrificio, las carnes colgadas, así como las patitas y cabezas de chivitos, cueros de viejos chivos, carne y sangre, moscas y bichos, extraños rostros sacrificando y vendiendo, enseñando la mercancía, sus rostros fatigados, alegres, de mercado de domingo. Como Had Draâ.

            Huimos de toda aquella violencia natural y nos sentamos en el portal de un café repleto de hombres, gatos y perros, sentados en las mesas o tirados en el suelo. El café fue justo una pausa para entrar a Essaouira. Logramos correr hasta un autobús “local” que partía y alcanzamos a sentarnos en los asientos del fondo, al lado de un frustrado musulmán para quién yo no existía en su aberrante mundo fuera del cual los demás hombres somos herejes.

            Descendimos del autobús en la puerta de Bâb Doukkala. Corrimos al hotel para desempolvarnos, porque polvo nos cayó hasta en el fondo de los ojos. Y comenzó la hora de pensar en dejar esta ciudad que se place erguida frente al mar. Una ciudad de sombras y locuras, de miradas y gritos. Nos fuimos a la orilla del mar para disfrutar del buen tiempo y para que su brisa cálida nos ayudara a tomar fuerzas para la próxima etapa.

            Tres niñas marroquíes se pusieron a jugar a nuestro lado. Simpáticas y conversadoras. Se acercaron a nosotros y nos hablaron, ellas eran felices de deletrearnos sus bonitos nombres y de hacer las últimas piruetas antes de convertirse en mujeres y encerrarse en sus mundos velados. Un inglés con aire colonizador no soportaba a los jóvenes del patio que pateaban un balón y miraban con descaro el dos piezas de su inglesa; un francés solitario intentaba ligar a toda velocidad, y una pareja medio tiempo, alocada, miraba hasta las moscas si les pasaban enfrente, y uno de ellos mostraba su bañador malva claro en combinación con su pareo lila con flores, bella estampa de cazadores indecentes en un país moldeado por sus tradiciones.

            Volvimos a la plaza, curioseamos por el puerto y contemplamos Essaouira, villa apreciada por surfistas y flirteadores, jóvenes branchés y hippies del siglo XXI, pero también villa de pobres, de enfermos, de ciegos, de vendedores, de gente como hay en cualquier lugar del mundo, súbditos todos del rey pero en otro círculo del infierno.

            Desde que pernoctamos en el Al Arboussas nos percatamos de un ruido raro proveniente de sus paredes durante la noche. Unos crujidos extraños, como si los maderos en alguna parte lloraran, nos llamaban, nos despertaban antes del alba.

            Alix estaba cansada y dijo adiós a Mogador, la tarde antes de dejar la ciudad. Yo no pude reprimir mis deseos de volver a mirar el Atlántico apacible y con sed de curioso, aproveché la mañana para hacer fotos y volver a ver el mar furioso romperse en las rocas. Subí a las murallas de la Sqala y caminé entre los cañones de defensa, ornamentados con los escudos de Portugal, de España y el blasón flamenco. Entonces pensé en esa decoración natural que le permitió a Orson Welles rodar algunas escenas de su Otelo, que le valdría en 1952 la Palma de Oro del Festival de Cannes.

            Desde el antiguo bastión sur de las viejas murallas, Mogador renacía en mí, peregrino inquieto, en una ciudad anclada en puerto seguro. Ante nosotros una larga ruta dejando Mogador con sus gaviotas y su sol subiendo detrás del atlas y calentando las dunas que se arrastran hasta la orilla fría del mar en minúsculos granos de arena.

            Salimos del hotel y fuimos caminando hasta la puerta de la marina, y una sorpresa nos deparó el haber cambiado el itinerario de calles para coger un taxi. En la ancha avenida que bordea la muralla, el perro sarnoso estaba echado en un recodo de la acera para decirnos adiós. O para hacernos saber que nos protegería durante el viaje de regreso. Lázaro y Roque, coincidencia y realidad en tierra del profeta. ©cAc-2003